lunes, 2 de junio de 2014

Olvidar

Él no se creyó que lo pudiera olvidar. Pero no podía culparlo, ni yo misma me lo creía. En el momento en que le dije que lo sacaría de mi vida, y que nunca más volvería a buscarlo, él mostró aquella fastidiosa sonrisa socarrona, tan llena de seguridad y altanería. Sabía… y lo sabía muy bien, cuanto lo amaba. Que podría entregarle mi vida en el momento que él quisiera. Y yo también estaba consciente de mis sentimientos, pero aun así me forcé a actuar llena de frialdad y arrogancia hacía él. Quería que sintiera aunque fuera una sola vez en su vida, lo que yo había sentido. Que sufriera solo un instante, un corto momento. Con eso me bastaba. Así fue que pasaron los días. Y luego las semanas. Tengo que aceptar que fue una difícil recuperación. Pasaba mis noches en vela, mirando por la ventana, pensando en él. Todo me lo recordaba. Desde las más melosas canciones, hasta las más movidas y faltas de amor. Lo más terrible era encontrarme con su rostro en todas partes. Cada vez que me giraba, ahí estaba él. Sus ojos en los de aquel chico, sus labios en los de ese niño, y las pequeñas arruguitas que se formaban en sus mejillas al sonreír, en la señora que acababa de pasar. Quizás eso era lo más difícil. Eso y la soledad. El lento pasar de las horas. El suave sonido del reloj. Parecían que quisieran atormentarme. Dejarme indefensa ante mi cruel realidad. Y con cada segundo, minuto, y hora que pasaba, iba creciendo mi necesidad de él. De verlo, de tocarlo, de besarlo, de tomarlo con fuerza entre mis brazos, estrechándolo. Sentía que poco a poco olvidaba el aroma a shampoo de su cabello. Y la suave melodía de su voz al hablar o reír. La suavidad de sus manos al pasar por mis mejillas. O aquel suspiro que solía escapar de sus labios cuando alcanzaba el orgasmo. Eso me asustaba, me aterraba. Que llegara el día que olvidara el tono de su voz, o la forma de su cara. Pero ¿eso no es lo que había estado buscando desde el principio? Me sentía como una adicta, siempre alterada, ansiosa, esperando el mejor momento para escapar y regresar. Pero los días continuaron pasando. Tomando más y más velocidad. Las mañana lucían mucho más brillantes, y el sabor de la comida mejoró. Cambie el pensar hora tras hora en él, en salir con amigos, ver películas, y tomar café. Aún me dolían sus recuerdos. Pero era más sencillo escapar de ellos. Alejarme y ver las cosas con toda claridad. Sin estar empeñados por profundos sentimientos. Y así, fue que pasaron seis largos meses. Mi recuperación fue total. Él no se creyó que lo pudiera olvidar. Así que cuando nos volvimos a encontrar, el mostro aquella sonrisa llena de altanería, vanidad, y egocentrismo. Yo también sonreí. Aquellos ojos ya no me parecían tan brillantes, y aquel espeso cabello ahora lucía escaso y sin vida. Su mirada era aburrida, y no fuerte y segura como recordaba. Él lo supo al instante. Había cumplido mi promesa. Aquella en la cual no había creído, ahora se volvía una realidad. Sonreí aún más. Luego, simplemente me aleje. Dejándolo atrás, junto con todos aquellos recuerdos que alguna vez llegue a amar

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