lunes, 23 de junio de 2014

No quiero que seas mío




Yo no quiero que seas mío. No. Ni quiero pasar las mañanas a tu lado, mucho menos las tardes. Ni siquiera los fines de semana. No. Tampoco quiero que me escribas bellas canciones, o que te sientes a mi lado y me estreches entre tus brazos. Mucho menos quiero que me des un beso de “buenos días” o que despeines mi cabello, alborotándolo. No. Quiero que sientas lo más mínimo por mi persona: no quiero que me ames, no quiero que te preocupes por mis problemas, ni quiero que intentes hacerme sonreír.
No quiero nada de eso.
Lo que yo deseo es pasar las noches en tu cama, derretirme con el calor de tus labios y tus manos, disfrutar de tu aliento sobre mi oído, diciendo falsas promesas de amor. Quiero perderme en un mar de orgasmos, y abandonarme entre tus brazos. Quiero que me tomes con fuerza, que corrompas mi alma, o lo poco que queda de ella. Quiero que desorganices mi vida, que la estropees por completo. Quiero enviciarme poco a poco de tus miedos, de tus sufrimientos, de tus defectos. Quiero que me enloquezcas, que me lleves hasta las últimas consecuencias, que me dejes aturdida sobre la cama, sin la opción de pensar en nada más.
Quiero que te entregues a mí al anochecer, y te olvides de todo lo que nos rodea.
Quiero solo por un momento, ser el centro de tu universo.
Y que ella, si ella, la que te brinda todo lo demás; se pierda, entre las sabanas, entre la ropa tirada, entre nuestros suspiros, entre el calor de nuestros gemidos.

Y si se puede, que se pierda, tan solo unas horas más.

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