En
las calles las personas caminan apresuradas, otras corren, las oficinas cierran
sus puertas, los parques ya se vaciaron, los centros comerciales dan sus
últimas llamadas. Nadie quiere permanecer un minuto más fuera de su casa. El
reloj marca las 7 de la noche, aún falta una hora para el toque de queda. La
luz del sol se está apagando, eso es una mala señal.Hago
cuentas en mi cabeza: el autobús tarda entre diez y quince minutos en pasar.
Hago aproximadamente 20 minutos a la calle más cercana de mi casa y son 5 más en
caminar hasta la puerta de mi hogar. Puedo llegar antes de las 8. Me he
acostumbrado a contar el tiempo, a aprovechar cada milésima de segundo desde
que se implantó el toque de queda, desde entonces ya nada ha sido igual.El
terror comenzó hace cuatro años cuando “Ellos” aparecieron. Los Negros como los
ha denominado la gente, hacen honor a su nombre: tienen forma humana pero son
más grandes, sus extremidades son desproporcionadas, las manos casi tocan sus rodillas,
caminan arrastrando los pies y se camuflajean con las sombras es por eso que
solo aparecen de noche. Su rostro es lo que más llama la atención, “ellos” no tienen ojos. El ruido que emiten es
parecido a un gruñido y les gusta el sabor de la carne humana, el sol y el
calor son sus puntos débiles, los hogares deben mantenerse cálidos por lo que
la mayor parte del día las ventanas permanecen cerradas.No
se le abre la puerta a extraños, no se puede salir de compras solo, no se
camina por lugares obscuros, ni callejones, no se permite tener sótanos; éstas
son algunas de las medidas de seguridad que se transmiten día con día.Al
principio fue difícil. Desapareció más de la mitad de la población, el otro
tercio huyó de la ciudad. En la televisión se decía que si los Negros
encontraban a un persona lo arrastraban hacia un callejón y la devoraban, se
comían todo, no dejaban ningún rastro.Ya
han pasado 5 minutos y el camón no pasa. Las avenidas se empiezan a vaciar. Los
policías corren de un lado a otro alertando a los ciudadanos. Se alcanza a
escuchar cómo se azotan las puertas y ventanas al cerrarlas.Cuando
se tomaron las medidas preventivas las ventanas de vidrio fueron reforzadas con
grandes maderas que se quitan y ponen al compás del sol. En la parada llega un
señor se le nota nervioso, ambos volteamos de cuando en cuando hacia la avenida
en espera de nuestro transporte, después de dos minutos el autobús por fin
aparece, los dos abordamos y nos acomodamos entre toda la gente que mira
ansiosa por las ventanas sin prestar atención a los recién llegados.La
ciudad a las ocho de la noche se sume en un estado de paranoia colectiva: nadie
habla, ni respira, ni camina. Al principio, las luces en la calles eran
abundantes. Pero a los sin rostro les molestaba, así que comenzaron a
destruirlas, nadie logró ver cómo, pero con esto la ciudad se convertía poco a
poco en una ciudad fantasma por las noches.Son
las 7 con treinta dos minutos. Sí alcanzo a llegar. El sol se está ocultando
más pero aún alumbra lo suficiente. Sí llego. En el autobús todos compartimos
el mismo sentimiento: miedo.Todo
comenzó en invierno de hace cuatro años un día desapareció una señora. El hecho
se le atribuyó a la delincuencia: que la secuestraron que esperaran el rescate
que no dejarían de buscar. Durante las siguientes 48 horas no se supo nada más.
En ese lapso de tiempo desaparecieron tres personas más. Al final del mes de
enero el número aumentó a 3, 251 personas.Hasta
que una noche, cuando el agente García merodeaba el parque La Hormiguita,
escuchó que lo seguían, sin embargo al voltear no vio a nadie, de repente, al
dar un segundo paso, un grito desgarrador lo hizo brincar, al dirigir la vista
hacia un lado se dio cuenta de que un muchacho trababa de levantarse del suelo,
pataleaba y gritaba, el policía no podía ver de quien huía. Corrió para
auxiliarlo pero un movimiento en la sombras lo hizo detenerse. Un ser de gran
altura, negro de pies a cabeza tenía agarrado de un pie al joven y no lo dejaba
escapar, otra figura negra trataba de alcanzarle alguna extremidad cuando
lograron arrastrarlo hasta el pie de un árbol para, segundos después,
desaparecer entre las sombras.Los
gritos se hicieron escuchar por más de dos minutos.Este
relato recorrió toda la ciudad. Las personas ya no salían de noche, los más
valientes se paseaban por las calles en busca de un ser Negro para
fotografiarlo. Solo dos lo lograron, los demás murieron en el intento. Desde
entonces la imagen de los Negros circula durante todo el día por televisiónEn
los últimos años no se ha celebrado ningún nacimiento, en lugar de tener
relaciones por la noche, las parejas se ponen en alerta por si un ser llegara a
aparecer de entre las sombras, irrumpiendo de manera abrupta en el hogar,
devorando a cada integrante de la familia.El miedo
otra vez. Las miradas inquietas de los pasajeros hacen que me estremezca, un
escalofrío recorre mi espalda. “Sí llego”, repito constantemente para darme
valor. Sí llego. Tengo que llegar antes de que oscurezca. Al fondo una señora
carga a una niña de 7 años, calculo. La niña duerme, la piel muy blanca, muy
delgada. La madre le tapa el rostro al ver mi mirada sobre su hija. Desvío la
vista. Han pasado diez minutos, tendré que correr. El reloj marca las 7
cuarenta y dos minutos. Tendré que correr. Aún faltan cinco minutos para mi
parada.Me
acerco a la puerta. Detrás mío se paran otros dos señores “¿bajan en esta?”,
pregunto. No responden están asustados. Me hago a un lado para que pasen, no
avanzan miran fijamente hacia enfrente, el rostro muy pálido. A uno de ellos el
labio le tiembla ligeramente, miro a mi alrededor todos los demás tienen la vista fija hacia la misma dirección. Sigo sus
miradas y es entonces cuando me paralizó. Mi garganta emite un grito de horror.
El estómago se me revuelve, provocándome unas cuantas arcadas. El pecho me
duele de tan rápido que palpita mi corazón. Las piernas me flaquean.
Impulsivamente me agarró del tubo del camión, un sudor frío recorre mi espalda.Ahí
estaban… frente a mis ojos dos de ellos, los Negros. Muy pegados a un edificio
resguardándose del sol, lo último que quedaba de éste. Muy quietos como
estatuas. No me había percatado que el camión se detuvo. ¿Cuánto tiempo llevaba
parado? No lo sé. Me tardé dos minutos en
darme cuenta que no respiraba, tome aire muy despacio. Nadie hacia el mínimo
ruido. De repente un grito ahogado de uno de los pasajeros rompió con aquel
largo silencio sacándonos del trance en el que habíamos quedado atrapados.
Instintivamente miré hacia esos dos
seres que seguían en la misma posición. A su derecha, un hombre que hablaba por
teléfono se acercaba sin percatarse de que a unos cuantos pasos lo esperaban
¿esperaban? Ellos ya lo habían visto porque se pegaron aún más al edificio.El
hombre con portafolio en mano sonreía alegremente mientras hablaba. Dos pasos y
sus días habían acabado. Uno. Se detuvo en seco. La sorpresa hizo que tirará el
celular, paralizándose en segundos, en el camión nadie decía nada. El señor de
inmediato trató de defenderse con el portafolio. Un ser Negro se abalanzó sobre
él. Le agarró la mano mientras el otro lo tomaba de los pies, eran fuertes,
porque el hombre parecía muy liviano. Los gritos no fueron suficientes. Lo
llevaron hasta el callejón más cercano, desapareciendo dentro de él. Todos
observábamos la terrible escena, la madre lloraba, los señores temblaban, yo
permanecía inmóvil.El
chofer arrancó el camión, ningún pasajero volvió la mirada. Avanzamos unos
cuantos metros. Giré la cabeza por instinto, para saciar mi curiosidad. Aquellas figuras negras comenzaron a salir
lentamente del callejón: uno… dos… ¿tres? Ahora eran tres seres oscuros,
caminaban en fila, tornándose sombras, bajo la pobre iluminación del sol, era
el crepúsculo.Los
Negros se protegían de la luz. Eran tres, se les notaba a través de los muros
del edificio ¿Qué estaba pasando en realidad?
Lorelei Zeltzin Sánchez
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