viernes, 30 de mayo de 2014

Sombras

En las calles las personas caminan apresuradas, otras corren, las oficinas cierran sus puertas, los parques ya se vaciaron, los centros comerciales dan sus últimas llamadas. Nadie quiere permanecer un minuto más fuera de su casa. El reloj marca las 7 de la noche, aún falta una hora para el toque de queda. La luz del sol se está apagando, eso es una mala señal.Hago cuentas en mi cabeza: el autobús tarda entre diez y quince minutos en pasar. Hago aproximadamente 20 minutos a la calle más cercana de mi casa y son 5 más en caminar hasta la puerta de mi hogar. Puedo llegar antes de las 8. Me he acostumbrado a contar el tiempo, a aprovechar cada milésima de segundo desde que se implantó el toque de queda, desde entonces ya nada ha sido igual.El terror comenzó hace cuatro años cuando “Ellos” aparecieron. Los Negros como los ha denominado la gente, hacen honor a su nombre: tienen forma humana pero son más grandes, sus extremidades son desproporcionadas, las manos casi tocan sus rodillas, caminan arrastrando los pies y se camuflajean con las sombras es por eso que solo aparecen de noche. Su rostro es lo que más llama la atención, “ellos”  no tienen ojos. El ruido que emiten es parecido a un gruñido y les gusta el sabor de la carne humana, el sol y el calor son sus puntos débiles, los hogares deben mantenerse cálidos por lo que la mayor parte del día las ventanas permanecen cerradas.No se le abre la puerta a extraños, no se puede salir de compras solo, no se camina por lugares obscuros, ni callejones, no se permite tener sótanos; éstas son algunas de las medidas de seguridad que se transmiten día con día.Al principio fue difícil. Desapareció más de la mitad de la población, el otro tercio huyó de la ciudad. En la televisión se decía que si los Negros encontraban a un persona lo arrastraban hacia un callejón y la devoraban, se comían todo, no dejaban ningún rastro.Ya han pasado 5 minutos y el camón no pasa. Las avenidas se empiezan a vaciar. Los policías corren de un lado a otro alertando a los ciudadanos. Se alcanza a escuchar cómo se azotan las puertas y ventanas al cerrarlas.Cuando se tomaron las medidas preventivas las ventanas de vidrio fueron reforzadas con grandes maderas que se quitan y ponen al compás del sol. En la parada llega un señor se le nota nervioso, ambos volteamos de cuando en cuando hacia la avenida en espera de nuestro transporte, después de dos minutos el autobús por fin aparece, los dos abordamos y nos acomodamos entre toda la gente que mira ansiosa por las ventanas sin prestar atención a los recién llegados.La ciudad a las ocho de la noche se sume en un estado de paranoia colectiva: nadie habla, ni respira, ni camina. Al principio, las luces en la calles eran abundantes. Pero a los sin rostro les molestaba, así que comenzaron a destruirlas, nadie logró ver cómo, pero con esto la ciudad se convertía poco a poco en una ciudad fantasma por las noches.Son las 7 con treinta dos minutos. Sí alcanzo a llegar. El sol se está ocultando más pero aún alumbra lo suficiente. Sí llego. En el autobús todos compartimos el mismo sentimiento: miedo.Todo comenzó en invierno de hace cuatro años un día desapareció una señora. El hecho se le atribuyó a la delincuencia: que la secuestraron que esperaran el rescate que no dejarían de buscar. Durante las siguientes 48 horas no se supo nada más. En ese lapso de tiempo desaparecieron tres personas más. Al final del mes de enero el número aumentó a 3, 251 personas.Hasta que una noche, cuando el agente García merodeaba el parque La Hormiguita, escuchó que lo seguían, sin embargo al voltear no vio a nadie, de repente, al dar un segundo paso, un grito desgarrador lo hizo brincar, al dirigir la vista hacia un lado se dio cuenta de que un muchacho trababa de levantarse del suelo, pataleaba y gritaba, el policía no podía ver de quien huía. Corrió para auxiliarlo pero un movimiento en la sombras lo hizo detenerse. Un ser de gran altura, negro de pies a cabeza tenía agarrado de un pie al joven y no lo dejaba escapar, otra figura negra trataba de alcanzarle alguna extremidad cuando lograron arrastrarlo hasta el pie de un árbol para, segundos después, desaparecer entre las sombras.Los gritos se hicieron escuchar por más de dos minutos.Este relato recorrió toda la ciudad. Las personas ya no salían de noche, los más valientes se paseaban por las calles en busca de un ser Negro para fotografiarlo. Solo dos lo lograron, los demás murieron en el intento. Desde entonces la imagen de los Negros circula durante todo el día por televisiónEn los últimos años no se ha celebrado ningún nacimiento, en lugar de tener relaciones por la noche, las parejas se ponen en alerta por si un ser llegara a aparecer de entre las sombras, irrumpiendo de manera abrupta en el hogar, devorando a cada integrante de la familia.El miedo otra vez. Las miradas inquietas de los pasajeros hacen que me estremezca, un escalofrío recorre mi espalda. “Sí llego”, repito constantemente para darme valor. Sí llego. Tengo que llegar antes de que oscurezca. Al fondo una señora carga a una niña de 7 años, calculo. La niña duerme, la piel muy blanca, muy delgada. La madre le tapa el rostro al ver mi mirada sobre su hija. Desvío la vista. Han pasado diez minutos, tendré que correr. El reloj marca las 7 cuarenta y dos minutos. Tendré que correr. Aún faltan cinco minutos para mi parada.Me acerco a la puerta. Detrás mío se paran otros dos señores “¿bajan en esta?”, pregunto. No responden están asustados. Me hago a un lado para que pasen, no avanzan miran fijamente hacia enfrente, el rostro muy pálido. A uno de ellos el labio le tiembla ligeramente, miro a mi alrededor todos los demás tienen  la vista fija hacia la misma dirección. Sigo sus miradas y es entonces cuando me paralizó. Mi garganta emite un grito de horror. El estómago se me revuelve, provocándome unas cuantas arcadas. El pecho me duele de tan rápido que palpita mi corazón. Las piernas me flaquean. Impulsivamente me agarró del tubo del camión, un sudor frío recorre mi espalda.Ahí estaban… frente a mis ojos dos de ellos, los Negros. Muy pegados a un edificio resguardándose del sol, lo último que quedaba de éste. Muy quietos como estatuas. No me había percatado que el camión se detuvo. ¿Cuánto tiempo llevaba parado? No lo sé.  Me tardé dos minutos en darme cuenta que no respiraba, tome aire muy despacio. Nadie hacia el mínimo ruido. De repente un grito ahogado de uno de los pasajeros rompió con aquel largo silencio sacándonos del trance en el que habíamos quedado atrapados. Instintivamente  miré hacia esos dos seres que seguían en la misma posición. A su derecha, un hombre que hablaba por teléfono se acercaba sin percatarse de que a unos cuantos pasos lo esperaban ¿esperaban? Ellos ya lo habían visto porque se pegaron aún más al edificio.El hombre con portafolio en mano sonreía alegremente mientras hablaba. Dos pasos y sus días habían acabado. Uno. Se detuvo en seco. La sorpresa hizo que tirará el celular, paralizándose en segundos, en el camión nadie decía nada. El señor de inmediato trató de defenderse con el portafolio. Un ser Negro se abalanzó sobre él. Le agarró la mano mientras el otro lo tomaba de los pies, eran fuertes, porque el hombre parecía muy liviano. Los gritos no fueron suficientes. Lo llevaron hasta el callejón más cercano, desapareciendo dentro de él. Todos observábamos la terrible escena, la madre lloraba, los señores temblaban, yo permanecía inmóvil.El chofer arrancó el camión, ningún pasajero volvió la mirada. Avanzamos unos cuantos metros. Giré la cabeza por instinto, para saciar mi curiosidad.  Aquellas figuras negras comenzaron a salir lentamente del callejón: uno… dos… ¿tres? Ahora eran tres seres oscuros, caminaban en fila, tornándose sombras, bajo la pobre iluminación del sol, era el crepúsculo.Los Negros se protegían de la luz. Eran tres, se les notaba a través de los muros del edificio ¿Qué estaba pasando en realidad?                                                                                                 Lorelei Zeltzin Sánchez